Sobre mí…

Maria Elena Cruz Varela

Nací el 17 de agosto de 1953 en Colón, provincia de Matanzas, Cuba. Soy la hija de Lázara y Pascual; la madre de Mariela y Arnold; la futura abuela de alguien que aún no tiene nombre, a quien espero con  cautela rebosada de ternura. He vivido muchas vidas, tantas, que por breves segundos me arrebata el cansancio, pero inmediatamente sacudo mi cabeza rapada, por comodidad, claro, y me levanto, recordando quién Soy, que poco tiene que ver con lo que hago: escribir poesía, novelas, artículos, dar conferencias, viajar de un lado a otro, recibir premios y observar, observarlo todo mientras selecciono lo que quiero llevar en mi valija. Padecí de ira, estuve atiborrada de resentimientos, el patrimonio del dolor era solamente mío, creía en la soledad en fin… hasta que me encontré con un libro que cambió mi mente de una manera tan drástica, que una mañana, al intentar mirar atrás, el pasado había desaparecido por completo, traté entonces de proyectar el futuro y fracasé, entonces supe que debía fluir aquí y ahora, sin preocuparme de más nada que de Ser. Hoy aprendo a ser libre, pero libre de verdad. Tengo algunos amigos, muy buenos amigos, los que jamás me han abandonado a lo largo y ancho del camino. Han sido, junto a mis hijos, mis maestros de Amor Incondicional. A José Carreño, Arnaldo Ramirez, Santiago Méndez Alpízar  y Francisco San Martín les agradezco ser mis compañeros de viaje y completarme. Ellos me han empujado a salir del silencio porque creen que todavía tengo cosas que decir y que existen quienes necesitan mis palabras. No lo sé, no me propongo nada en particular. Olvidaba decir que fumo y tomo café negro, nunca me siento atacada y padezco de una incontrolable adicción a la felicidad. Deploro la vulgaridad y la chusmería con que se asocia a los que venimos de la Isla Imposible y en todo momento reivindico mi individualidad, que nada tiene que ver con el individualismo ramplón tan de moda en estos días. Elegí ser Amor y lo practico  cada segundo, porque es algo que se puede olvidar fácilmente.

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Todo tiene un por qué, unas veces obvio, otras, encubierto tras la hojarasca de las interpretaciones. Por ejemplo,  el nombre de mi blog, EL DESCANSO DE LA GUERRERA, se debe a un fiasco que sufrí hace varios años, recién llegada a España  con  mi carga de inocencia y las mordidas del subdesarrollo a flor de piel. Me encontraba en el periódico LA RAZÓN, entre un grupo de hombres y todos hablaban entre sí, yo en la orilla, escuchando en silencio cómo discutían de política, deportes, coches y… ¡mujeres! Mis compañeros de trabajo eran duchos en casi todas las materias aerca de las que enzarzaban, digo casi, porque en la categoría  mujeres, no pasaban de la superficie, o sea, del cuerpo y las entradas que hay en él, además de algunos topicazos más dignos de pena que de indignación.  Uno de ellos anunció que marchaba a casa, allí le esperaba la esposa, la cena y después, ya sabes -dijo, sonriendo con picardía- El Descanso del Guerrero, ¡Si no fuera por ese descanso…! Agregó ante la complacencia de su conmilitones. Entonces yo, la guajirita del Laberinto, levanté la voz para hacer una pregunta que en aquél momento tenía para mí muchísma lógica: ¿Y la guerrera, dije, dónde se supone que descansa la guerrera? Me miraron  no como si, sino porque, nunca me hubieran visto. No estaban enterados  de que sus profundas disquisiciones eran escuchadas por una fémina.  Sin pensarlo una vez, así  son los hombres   de rápidos y eficaces, uno de ellos tomó sobre su virilidad la tarea de dar respuesta a mi pregunta y autoritario, ceñudo,  segurísimo, apuntó con el índice burocrático al respaldo de una butaca: Ahí -enfatizó- ahí es donde descansa la guerrera. Me miré a mí misma, desolada, miré el respaldar del asiento, luego dirigí la mirada al regordete y flácido señor de la respuesta y, con alivio, convine en que  verdaderamete la butaca no era un mal lugar para que esta guerrera pudiera hallar reposo.