Duro oficio el exilio.

El poeta turco Nazim Hikmet era  militante comunista, lo cual no afectó en nada la altísima calidad de su poesía. Pasó doce años en las cárceles de su país y murió en el exilio

De él, un poeta comunista, tomé prestado el título de uno de sus libros para encabezar este monólogo, porque no se me ocurre  nada que defina mejor esto de ser un paria, un transterrado, aprendiz de un oficio cuya dureza reside en que no llegas a graduarte nunca: jamás podré ejercer de exiliado profesional. Esto que digo no pertenece al ámbito de las lamentaciones, no es tampoco una queja; es la constatación de un hecho irreversible porque, saber que en esta tierra nunca se vuelve a ninguna parte, como el agua del río, que no pasa dos veces bajo el puente, es asumir   un largo gravitar sobre tu propio eje.

Ni siquiera   enterarte de que «nuestro Reino no es de este mundo» -el de ninguno de nosostros, los humanos- alivia esa mezcla de rabia y desconsuelo del niño al que un adulto desbarata su castillo de arena porque sí, porque es abusador y prepotente.

Nadie que no haya padecido por las mismas razones podrá entender de lo que estoy hablando. Nadie que entre y salga de su país cuando quiera lo puede comprender. Nadie que no haya oído morir a su padre en la distancia podrá  decir «te entiendo.»

Nada puede hacerme olvidar que soy una exiliada política, no una emigrante económica y, cuando aflojo un poco la cuerda que me mantiene alerta y se me ocurre reclamar  un derecho ciudadano, en alguna esquina, en el consultorio médico o en la caja del supermercado, alguien me lo recuerda: «Vete pa donde viniste. Estos extranjeros están muy equivocados. ¿Qué te has creído?»  No saben que esa pregunta me la hago a mí misma cada varios segundos: De todo lo que veo, de todo lo que escucho, de todo lo que aprendo, ¿Qué es lo que me he creído? ¿Quieren saber la respuesta? Nada. No me creo nada que no  venga de Aquél que ES.

Soy «La cubana» y no quiero apelar al  tópico revanchista de ¡Y a mucha honra!, porque ser cubana sin Cuba no me hace ninguna gracia.

Bien, todo este interludio tiene  una razón de peso: de la isla me han hecho llegar una invitación para que participe en una antología de poetas cubanas de dentro y de fuera. A continuación «copio y pego» parte del mensaje. No quiero dar a conocer el nombre de las personas que me escriben porque, en verdad, no dudo de su ingenuidad plagada de buenas inteciones, tal vez, en su lugar, yo lo hubiera intentado; puede que hasta sean jóvenes, muy jóvenes y estén haciendo esfuerzos para enmendar la plana.  Tampoco he respondido al mensaje personalmente porque no sé, ni creo que deba. Esta respuesta pública es para esas personas y también para mí, para ustedes y por si alguna mano oscura se esconde tras los buenos deseos de quienes creen que con antologías poéticas se pueden  aplanar montañas, rellenar abismos o secar el Océano Atlántico. No, no se puede y créanme, es una cuestión estrictamente personal.

«…consideramos que su poesía es indispensable para la historia poética cubana y debe estar dentro de cualquier antología que se respete. Leyéndola en estos días me parecen sus poemas muy hermosos, de ahora mismo, de mañana. No quisiéramos que usted faltara en la antología. Hasta el momento no nos han puesto ninguna traba, ni nos han censurado a nadie del exilio, pero si algo pasara usted puede estar segura que se lo haría saber con detalles. La editorial  Letras Cubanas ha aprobado el proyecto y los nombres de las poetas del exilio fundamentales hasta el momento. Yo le garantizo la limpieza de este proyecto, por mi parte, intentando al menos en este punto barrer cualquier tipo de muros.«

Antes de continuar, agradezco el reconocimiento de poetas a poetas.

También podría escribir noventa y nueve mil chorradas, para robustecer mi negativa a participar con alardes de patriotismo o patribobería ilimitada. ¡Líbreme Dios de semejante memez! Pero no, no quiero participar en dicha antología. Mi poesía y yo somos una y a ambas nos maltrataron por igual. A ambas nos encarcelaron por pedir reformas, no para nosotras dos, sino para la isla entera. Nos ofendieron,  aplicaron fuerza y  poder intentando humillarnos a mi poesía y a mí en un  alarde de violencia machista y doméstica, a la que algunas mujeres no dudaron en sumarse.

No voy a cantar loas sobre los beneficios del exilio; no tengo fotos de caserones que mostrar, ni de yates, ni coches, ni nada de lo que puedar alardear materialmente, es más: no tengo nada que perder, nada pueden quitarme.

No fue fácil ni sabroso para mí entrar al mundo con cuarenta y un años, edad que tenía cuando debí abandonar Cuba. He tropezado, he caído, he vuelto a levantarme; me he equivocado para ganar en seguridad de que continuaré equivocándome durante el resto de mis días; he llorado lágrimas infinitas y amargas. He comprendido a José María Heredia, grande entre los grandes, cuando el dolor le  dobló las rodillas; mi poesía y yo, para soportarlo,  debimos caminar con bastón por varios años. Me he visto sin un duro para el alquiler; alojándome en casa de buenos amigos, mi familia me ha sostenido moral y materialmente, o sea: no me he ahorrado ninguna experiencia  porque también he fregado platos ¿Y qué?  Nadie  imagine que me avergüenzo, todo lo contrario.

Es más que probable que me toque morir en el exilio; no seré la primera, aunque ojalá sea la última, quiero decir: soy imbatible porque estoy preparada para todo, pero no acepto, por muy buenas intenciones que muestren, que mi poesía o mis novelas se publiquen en ninguna parte del planeta donde no haya libertad e igualdad de derechos. Mucho menos en Cuba, mi castillo de arena destrozado.

Los motivos que me llevaron al enfrentamiento con el régimen están todos ahí, sólo han envejecido, pero siguen ahí. ¿Cómo van a incluirme en una antología como si me estuvieran perdonando? Dejan morir a Zapata en huelga de hambre, asesinan de una paliza a un hombre esposado, en plena vía pública, bajo la luz del sol, apalean a las Damas de Blanco y quieren perdonarnos para que vaya mi poesía y les maquille el rostro, tapándoles la sangre y la horripilante fealdad que en más de medio siglo han ido acumulando. ¡Qué poco nos conocen!

No quiero, ni necesito, que me perdonen. No quiero que me publiquen. No quiero que mi poesía camine desamparada por las calles de un país que nos borró  hace casi dos décadas.

Escribo en nombre de mi poesía porque, cuando yo no esté, nadie saldrá en defensa de sus principios y su sentido de la ética como estética de la conducta.

Puedo, a estas alturas, aprendiendo a cumplir sesenta años, darme el lujo de exigir que a mi poesía y a mí se nos trate de usted y deban ganarse el derecho a leernos.

  1. #1 por Pedro Albizu el junio 22, 2011 - 4:37 pm

    He leido detenidamente su articulo.Admirable sobre todo por hacer explicita esa comunion entre etica y estetica que define la coherencia de lo existencial.Somos y han sido demasiados los condenados a errar en el vacio llendo de ninguna parte hacia ningun lugar solo sostenidos por el mundo construido en nuestro interior.De la mano de sus palabras fui al recuerdo de Nicolas Quintana,arquitecto sin el cual no seria posible documentar nuestra arquitectura contemporanea y quien,expulsado una vez de Cuba,se nego al regreso complice.Murio en el exilio,nunca mas cubano.Por todo ello es que quisiera compartir estas palabras en su homenaje con usted.
    Nicolás Quintana o lo cubano entre cubanos.
    Solo unos pocos, aun demasiado pocos, reconocen en nuestra nación el esbozo de una posible construcción futura y, todavía, un sueno de lo posible. Lo obtenido enuncia apenas las inmensas potencialidades nacidas de la comunión de las energías resultantes de muy misteriosas conjunciones culturales en complicidad con las particulares circunstancias en que alumbrara lo sincrético. La fragmentación señoreando el cenit de un entorno signado por una insularidad que lejos de unificarnos nos ha afirmado en los rasgos epidérmicos de un cuerpo cultural que, en su verdadera dimensión, le es desconocido a la mayoría. Somos todavía el espejismo de un futuro por conquistar pues, como amargamente plasmara en un diario el poeta José Lezama Lima, aun padecemos esa “… falta de sentido arquitectónico de la nación, de metas a llenar por las generaciones” porque aun no hemos encontrado, como el mismo afirmara “… la medianoche con Dios”. Somos profundamente intensos y, a un tiempo, tremendamente efímeros; perennemente fértiles y, frecuentemente, infecundos. Somos solo, y hasta ahora, una maravillosa posibilidad.
    Archipiélago ayer dividido por regionalismos geográficos, étnicos, socio-económicos y políticos que resultaran en las compartimentaciones estancas por cuyos intersticios aflorasen, bajo el manto del sectarismo y la exclusión, los odios y rencores que un día ayudarían a deconstruir la Republica y distorsionar el sentido de identidad a favor de mezquinos intereses y torvos apetitos, es hoy un archipiélago desmembrado por éxodos y permanencias. En su interior una miseria que carcome, de la mano de la angustia y de las ansias insatisfechas, tanto el sentido de pertenencia como la confianza en un futuro inevitable. Entorno de la desesperanza en que incuba una desidia que, arropada en el cinismo, asesina cualquier vocación de entrega. En las orillas opuestas de la escualidez material una abundancia que destruye, de la mano del deslumbramiento y de las ansias satisfechas, un sentido de colectividad ya socavado por regionalismos generacionales, socio-económicos, étnicos y políticos que resultan en las compartimentaciones estancas por cuyos intersticios aflora, bajo el manto del sectarismo y la exclusión una indiferencia que, arropada en un cómodo fatalismo, nos condena a la dispersión. Diáspora del exilio, diáspora del insilio y, en ambas, una individualidad que se afirma en la herencia cultural de la astucia en su forma más vulgar, el pillaje, para intentar cabalgar sobre unas circunstancias que no vistas en su verdaderas dimensiones nos sobrepasan condenándonos a ser, aun, una nacionalidad adolescente.
    Asediada, y a veces conquistada por los fueros de ese oportunismo endémico, por los equívocos gestados en los vacíos de la ignorancia o por los yerros de la inocencia extraviada en la dimensión de lo circunstancial y que, no obstante, se yergue desafiante sobre las penumbras morales en las que hemos construido nuestro accidentado transito, hallase una región de lo nacional habitada por una amplia minoría que, ayer y hoy, nos ha salvado del abismo. Una región poblada por aquellos imprescindibles, mas platónicos que epicúreos, para los cuales nuestro entorno nunca ha sido un medio sino un fin, para los cuales Cuba ha sido y es un absoluto inaprensible que desborda lo geográfico, transfigura en sentimiento y se realiza en el misterio de un amor infinito y a veces, inexplicable. Son los constructores de los cimientos y pilares que sostienen la maravillosa cúpula de nuestra nacionalidad. Los que erigen los arcos que definen la coherencia de una estructura en la que corporiza nuestra verdadera identidad. Los que han trazado y trazan los derroteros culturales que justifican un futuro posible, a pesar de todo. Aquellos capaces de sintetizar, en una forma aprensible y cada vez nueva, los dramas de nuestra colectividad envueltos en la herencia. Allí incansable, transido de cubanía, con voz propia, el maestro Nicolás Quintana.
    De si, una obra que trasciende el segmento epocal en que alumbrase para ganar ese halo de atemporalidad que solo resulta tangible cuando lo corpóreo deviene síntesis del enlace entre lo heredado y una creatividad llevada al límite de sus potencialidades. Situado siempre en las fronteras más avanzadas de su tiempo logra desbastar de lo foráneo todo lo realmente ajeno y, resumiendo los esenciales que habría de imbricar con lo verdaderamente medular en nuestro pasado local, gesta una obra que sitúa lo cubano en el mapa cultural de la contemporaneidad con definición propia. Nos regala, junto a otros, el lujo de una escuela cuyo mensaje desborda las fronteras de su campo para quedar, en medio de las penumbras que nos envolverían, como destello y enunciado de la traza a seguir una vez llegue la hora de reedificar nuestra nación sobre las cenizas y escombros dejados en su hora más oscura: “Hay un futuro en el pasado”.
    Obra epicentrica, obra paradigma solo posible bajo los designios de una sensibilidad definible en aquellos transidos de una eterna inconformidad que es, en los verdaderos, yugo y estrella, cárcel y refugio. Ámbito introspectivo que será su isla cuando sea condenado a errar por los vacíos del desarraigo y sea expulsado a los predios del ostracismo en su entorno insular. Herido de sombras, mas acorazado de una creatividad siempre insatisfecha, se alza triunfante frente a su destino con una obra nueva y, nuevamente, experimental. Hijo del riesgo, joven por antonomasia, cierra su ciclo rodeado de estudiantes a los que hace protagónicos de su infinito amor por Cuba materializado en un proyecto que es, sobre todas las cosas, más que una apuesta a un futuro por alcanzar por ser un canto al optimismo en un gesto ejemplar que resulta lección, de lo que podemos, frente a la mezquindad.
    Sobre la tumba del poeta José Lezama Lima en esa, nuestra orilla, yace este epitafio: “La mar violeta añora el nacimiento de los dioses porque nacer aquí es una fiesta innombrable”. Cuba habrá de salvarse. Lleva el misterio de esa región habitada por los menos que, en cambio, la equilibran con su estatura y justifican su existencia frente a una mayoría que, contemplando las olas, no ven el océano. Habrá de salvarse por la inmensidad del amor transfigurado en obra y allí incansable, transido de cubanía, con voz propia, el maestro Nicolás Quintana. Mas platónico que epicúreo, para el que Cuba nunca ha sido un medio sino fin y que por ello, siguiendo ese absoluto inaprensible, no es mejor definido que en aquel verso de nuestra Dulce María Loynaz : “ Que hay en tu sombra? Luz”.
    Pedro Albizu
    Miami. Febrero 2010 – Mayo 2011.

  2. #2 por Andres Zurdo Gonzalez el agosto 31, 2011 - 11:49 pm

    Yo no se hacer bonitas frases, aunque me guste mucho leerlas de quien las sabe construir en poesía, en articulo, carta , novela…Dios no me regaló ese don, y para la música me dotó de orejas enfrentadas, ni valgo para la pintura, ni la escultura,…pero me donó con una sensibilidad que me permite disfrutar mucho mas, y con menos esfuerzos, que otros todas las artes. Lo que si tengo gracias a El es sentido de la Justicia, el entendimiento de la Bienaventuranzas y valor físico y moral para enfrentarme a la Maldad; con estos dos dones tengo suficiente para ser feliz: con el Arte y la Libertad.
    María Elena , que te haces mujer ayudándonos a los hombres a conseguir el nivel que nos corresponde. Que nos haces a todos mas iguales, porque nos hace admiradores de las virtudes de nuestras compañeras, mientras se construyen, al tiempo que nos construimos nosotros.
    No estás sola en la lucha por la libertad de tu patria, aunque, ahora que se anúncia en el horizonte su llegada, se junten a tí, los nuevos zalameros conversos, antiguos cómplices del crimen anterior en tu bendita Isla, Esto remarca mas que tu no morirás en el exilio. volverás a Colón. Seguro.
    Un beso
    Andrés Zurdo

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